RESIDENCIA Marco La Rocca, original de Milano, llegó al país a través de una organización de voluntariado llamada Engim. Al resultar ganador, aprovechó la oportunidad para convertir su voluntariado en el proyecto mARTadero, en una residencia artística. Trabajó en el área de Arte Visual del mARTadero, bajo la supervisión de Magda Rosi. Juntos organizaron eventos de arte urbano como la Bienal de Arte Urbano (BAU). Esta exposición es la culminación de un año de trabajo. “Esto es más un voluntariado que ha tenido tintes de residencia artística, porque he podido trabajar como artista no solo en las actividades desarrolladas en el mARTadero, sino también en una propuesta propia que nace del cotidiano cochabambino y que se manifiesta en esta muestra”, señaló La Rocca.

BUENA ONDA La muestra es una reflexión del cotidiano valluno, visto desde los ojos de un artista extranjero que se sorprendió con los códigos propios del lugar, incluso en el lenguaje informal. “Buena onda… es una expresión que me gustó mucho desde el primer momento. En Italia no hay una palabra que describa tan bien a una persona. Yo no sé si soy un chico buena onda, la gente deberá juzgarlo en algún momento, pero buena onda era la voluntad mía de conocer un país que fue buena onda conmigo, manifiesta en toda la gente que me ha tratado muy bien”, señaló el artista.

La muestra está compuesta de tres partes: “La raza”, que explora sobre los perros callejeros; “La eterna primavera”, que es el segundo nombre de la ciudad y que llamó mucho la atención del artista “porque yo desde siempre pinto flores y acá he tenido la oportunidad de retratar unas maravillosas que nunca antes había visto”; por último una serie llamada “La tienda”, espacio que sorprendió al artista por estar presente en cada esquina y abarrotada de infinidad de cosas.

Marco La Rocca estudió en la Academia de Bellas Artes de Milano y señaló que su viaje a Bolivia, que le sirvió mucho para crecer, es el primer paso de su sueño de vivir por el arte. La curadora de la muestra fue Claudia Contu, artista y crítica italiana que realizó todo el trabajo desde Londres.

Publicado originalmente en el periódico Opinión 

TEXTO CURATORIAL

MARCO LA ROCCA
Buena onda

One way ashore, a thousand channels
Édouard Glissant, Poetics of Relation (1990)

 

Hubo un periodo cerca de la segunda mitad del novecientos, en el que muchas mentes comenzaron a preguntarse si la idea de tener raíces podía ser efectivamente positiva.

Conscientes de los fenómenos que esta idea había alentado en el pasado, como el nacimiento de las posturas nacionalistas que, al principio del siglo, había favorecido el entusiasmo patriótico antes de la guerra, algunos psiquiatras, sociólogos, historiadores y críticos se empeñaron en deshacer el mito de “echar raíces” apostando por una amplitud cultural que permitiese una sobrescritura de la propia experiencia en conjuto con la de lo autóctono.Entre los más convencidos opositores a la idea de “raíz” se encuentran Gilles Deleuze y Felix Guattari, que en Millepiani (1972) trazaron una apología del “pensamiento rizomico”. Este permitía mantener el aspecto positivo de la expansión y del vínculo con un ambiente específico, contrastando la idea totalitaria de una única raíz.

Tenemos que ser más magnolias y meno retamas entonces.  La misma dicotomía está presente en la investigación de Edouard Glissant en “Antillanità” y “Creolizzazione”: por un lado, en la defensa de un territorio, de un idioma o de una cultura, y de sus peculiaridades, y del otro, en la idea de contaminación positiva que conserva las características originales para reinterpretarlas con instrumentos y actitudes ajenas a sí mismas. A partir de entonces han nacido diversos conceptos como “Radicales” y “Radicante” elaborados por Nicolas Bouirraud en “El radicante”(2004). Para luego, llevar al campo de uso común palabras como “Mondialitè” (É. Glissant) o “Glocal” (Z. Bauman), desplazadas al vocabulario recurrente del hombre contemporáneo.

Enmarcadas en este panorama teórico se han posicionado las obras de artistas que, extrayendo de culturas diferentes a las propias, han elaborado códigos, idiomas y formas de artes hibridas. Pensemos, un instante, en el artista Rirkrit Tiravanija, nacido y crecido en Buenos Aires, pero de origen tailandés, que ha introducido en las galerías grandes mesas sobre las cuales ha servido platos originarios preparados por él mismo y sus ayudantes.

La fascinación de los hombres europeos por lo exótico, por controlar el océano y por el descubrimiento de nuevas poblaciones, que en literatura ha permitido la creación de historias maravillosas como Martin Eden de Jack London (1909), ha inspirado a muchos artistas a emigrar. Un ejemplo clave es el de Paul Gauguin, quien desde Paris, se desplazó hasta la Polinesia, donde permaneció hasta su muerte, encantado y enamorado de aquella cultura, que fue total protagonista de sus últimas producciones pictóricas.

Marco La Rocca (1991), como la mayoría de los artistas de su generación, es hijo de estas influencias. Hijo de una provincia italiana y parte del pueblo radicante, no tiene problemas en abrir los ojos a lo diferente y a lo nuevo para vivir una experiencia que le permita ver su propio “viejo” mundo con una mirada renovada. Desde casi un año, vive y trabaja en Cochabamba (Bolivia), donde ha podido observar y confrontarse con la realidad local.

Parece obvio, en la época de internet, conocer por lo menos algo de todo y saber, haber visto o escuchado de las realidades extranjeras. Sin embargo, quien escribe está convencida que esta presunción lleva a saber todo de nada, y que sin estar realmente implicados en un contexto, no se lo puede comprender medianamente. La Rocca ha descubierto esto y nos cuenta: “País donde vas, modismos que encuentras, esta es la realidad. Los viejos dichos de los abuelos siempre son acertados”, mientras dibuja en su cuaderno de viaje mental imágenes de la calle, de los mercados, de las tradiciones todavía vivas de un pueblo ancestral. De este modo, día a día, el artista ha construido “su” Bolivia.

A partir de esto nacieron las series de obras en exposición, empezando con Tienda, conformada por lienzos que representan comida, bebidas, cajetillas de cigarros o snack vendidos en todas las tiendas de Bolivia. Ejemplos de un comercio distinto del italiano, pero en el que el artista ha podido descubrir también algunas analogías, entre todas las diferencias que, como “extranjero”, ha tenido que conocer y interpretar.

Las reinterpretaciones a través de su mirada acompañan al espectador en un recorrido que resume esplendores y contradicciones de la cultura boliviana. Esto ocurre, por ejemplo en lEterna Primavera: plantas y flores locales son representados con el lenguaje que La Rocca ha elaborado en años de trabajos en Italia y que por lo mismo, todavía contienen algunos elementos estilísticos recurrentes, como las imperfecciones en el armado de los marcos, la calidad bidimensional de las imágenes heredada desde la Street Art (al cual todavía se dedica en Bolivia) y de los grandes artistas que han permitido que estos soportes y técnicas fuesen  “aceptados” (Jean Michel Basquiat in primis), la inquietud del trazo, hija de la pintura alemana contemporánea (Georg Baselitz) y la alegría cromática asimilada por Andy Warhol, Mario Schifano y los protagonistas de las artes europeas y americanas entre los años cincuenta y setenta.

El exceso de plantas y jardines revela la disparidad económica presente en Cochabamba, espejo de la polarización social latente en toda Bolivia: si por un lado los ricos pueden vivir en el confort, por el otro, en los barrios más pobres, sucede que no hay agua corriente y que su población debe enfrentarse, además, al problema de la contaminación. Las flores locales, con su riqueza de colores, hacen involuntariamente parte del sistema que pone a la luz estas diferencias sociales.

Tal sensación está presente también en la serie de pinturas La Raza en la que se nos muestran pequeñas jaurías de perros callejeros: una situación que remite a cierto temor, al impetu de construir una muralla  que nos separe de este lado salvaje de un país que todavía no está domesticado por el jet-set capitalista actual.

En esta visión de independencia el impacto que la religión tiene un valor primordial sobre la cultura boliviana: el ritual de la K’oa para agradecer la Pachamama es un ejemplo que evidencia la voluntad de preservar la costumbre local  a pesar de la imposición del Cristianismo desde tiempos lejanos. Fascinado por las propensiones sacras de los Bolivianos, La Rocca trabaja algunas mesas viejas, realizando una última cena que se vincula también a su propia tradición italiana, ligada al culto Católico.

En la obra Barcelona vs Real Madrid,  instalación que muestra una cancha de futbol realizada con cerámica el artista busca remitir las influencias nort-americana y occidental en el deporte. Se cuenta que el presidente Evo Morales elige a sus aliados en base a sus capacidades en la cancha. No se sabe si es verdad o no, pero ya que exista este mito, nos señala lo importante de este juego en la vida cotidiana del país andino.

Ahora bien, el término “Buena onda” indica a una persona positiva y propositiva frente a la vida, un individuo en el cual se puede confiar y que es una buena compañia. Marco La Rocca corresponde exactamente a esta descripción: un chico sincero y curioso, y estas dotes están presentes en su trabajo.

La exposición, entonces, quiere representar el recorrido de un extranjero en una tierra desconocida y lejana: el clichè más antiguo del mundo, del cual no podemos separarnos nunca, evidentemente porque permanece en nosotros siempre la fascinación por lo desconocido y el crecimiento que podría derivar desde este. Por lo mismo, el artista, es el más sensible de los viajeros, llega a un mundo nuevo observando su intimidad para encontrar pistas sobre lo que realmente es diferente respecto a su propia cultura y lo que, si o si, se quedará siempre igual.

Como dicen mis abuelitos, “todo el mundo es un pueblo”. El resultado de este proceso es una serie de obras que implican una subjectividad fuerte y nunca la distancia de quien simplemente examina sin participación. La Rocca ha entrado dentro de su viaje, poniéndose al frente de una experiencia totalizadora, y con Buena onda quiere regalar sus frutos a los que miran su trabajo que ha dejando por un momento sus raíces, tal como lo hizo Gauguin en su amada Polinesia.

 

Claudia Contu