Mesa de noche es un lugar de lecturas

Un sitio de sugerencias literarias, tanto para gente que quiere leer pero no sabe por dónde comenzar, como para lectores voraces atentos a recomendaciones. Encontrarás varios géneros, algunas opiniones y fragmentos de libros. Pautas para que ni los libros ni vos duerman.

Los árboles 
Autora: Claudia Peña Claros

(El Cuervo, 2019)


Los árboles, marca el retorno literario de Claudia Peña. Un regreso con toda la potencia de una voz que en ese silencio, ha sabido concentrar las cualidades ya vistas en sus libros anteriores.

En “Los árboles” el lenguaje cercano a la poesía, lleva al lector por cuentos que tienen un lazo muy fuerte con la naturaleza, lo animal, lo instintivo. Lo que provocan los otros seres vivos y lo que el humano, muchas veces hembra/mujer, hace para enfrentarse a esa naturaleza que es a la vez propia y ajena.

Los protagonistas nos llevan por el campo a rascar la tierra cerca a los árboles. Por sus ojos vemos una inundación que cubre casas hasta el techo, nos perdemos en el bosque, en la ciudad, con un niño advenedizo del cual no sabemos nada. Vivimos en una casa llena de desperfectos y alimañas que parecen acorralarnos.

Empezar a leer este libro no es una tarea fácil, la forma nos provocará desconcierto, implica enfrentarnos a una dificultad, pero estos cuentos no pueden existir de otra forma. Superar el primer escollo, salir de la facilidad del lenguaje común, implica un esfuerzo que será bien recompensado con el placer de leer estos textos.

Como sucede en uno de los cuentos de Peña, estamos en el techo de una casa mirando una gran inundación, podemos entrar en pánico, decidirnos por la tragedia, pero esa no es la única opción, lo que sucede en el cuento, y en el libro es una decisión más bien serena, de abrazar la complejidad y sumergirse en las dudas, lo que se necesita esa saltar, sumergirse.

Destello (fragmento)
“uno
dos
tres

habían sido tres los destellos, inmediatos uno después del otro, saliendo por detrás de los árboles 

y entre medio de ellos, el picotazo furioso contra el centro mismo de su pecho, tan fuerte y tan grande que lo empujó de golpe hacia atrás, los brazos impulsados por cualquier parte, revolviéndose en el aire a su alrededor, yéndosele casi ajenos, y las manos perdidas por algún lado donde no las veía ni las podía ver ni quería verlas, porque en ese momento no pensaba en encontrar sus manos ni tampoco pensaba que se le habían ido, porque seguían pegadas a sus brazos y sus brazos a sus hombros, porque seguía estando completo, entero él, aunque lanzado hacia atrás, completo a pesar de lo caliente que le brotaba, que se le escapaba del pecho rozando ese nuevo agujero al salir, como si su carne fuera una manguera por donde pasa incontenible el río rojo que todavía seguía siendo él”. 

“Manubiduyepe”
Autor: Juan Pablo Piñeiro

(Ed.3600, 2021)


En esta novela el autor nos introduce a la selva beniana, por la única necesidad de perderse, sea decisión o impulso inevitable, implica el vértigo de lo desconocido, la imposibilidad de saber dónde se llegará, ni cómo.

Manubiduyepe es el registro de ese vértigo. Un libro profuso, complejo, rebosante de entuertos, ramajes y humedad. Nada es lo que parece, el vapor que exuda la selva da vida a personajes y seres que están en permanente metamorfosis. 

La fuerza superior de la vida se impone a todo lo que ella misma crea. Sin embargo, la conversión es también descomposición, cuando se abre la crisálida de un insecto no se encuentra un hermoso ser medio alado, sino algo podrido que está en plena putrefacción. Luego mutará, o no, podrá volverse el ser que sí queremos ver.

Así los personajes están en permanente conflicto, son seres cambiantes. Los humanos como Manubiduyepe, que pone nombre a libro, es un indígena casi oráculo que aparece en la plaza principal de Cobija cada nueve años, no hace nada se queda quieto, marca el tiempo y el libro con su presencia. Dafne una estudiante brillante pero sin futuro, es también una niña/mujer llena de odio. Nancy un oso verde que vende picolés con un traje de felpa en plena Cobija selvática, por las noches es otro/otra. Como estos los personajes son múltiples, no dejan de aparecer, saltando en las hojas, formando la selva misma de personajes vivos, muertos y también muchos que vienen del más allá. Además no dejan de cambiar, y ese proceso, ni fácil ni llevadero para ninguno, en todos los casos implica violencias, mutilaciones.

La vena de humor que cruza toda la novela, nos hará más llevadero este pasaje. Pero se trata de un camino que cada lector debe emprender, sin destino seguro. Por eso mismo una lectura fascinante.

Fragmento

“En la floresta, los colores marcan la delgada línea que separa la vida de la muerte. Las flores han aprendido a crear tintes maravillosos imitando a los insectos responsables de llevar sus semillas a una nueva tierra prometida. Los bichos venenosos siempre son los más llamativos. Su mensaje es claro y fuerte. La mantis, en cambio, diseña su color de acuerdo al tono del paisaje, para ocultarse de sus víctimas. Despiadada y mística depredadora, se desprende del paisaje, como una sorpresa fatal. Algunas lagartijas, en cambio, afirmadas en la certeza de que el color es la interpretación de la temperatura, logran con su fría piel adquirir el color de la textura por donde caminan, como si fueran letras que desaparecen en una hoja de colores. La capacidad de transfigurarse, para confundir a sus depredadores, es su única esperanza de sobrevivencia”.

«Lentitud»
Autora: Vilma Tapia


(Plural Editores, 2021)


La lentitud permite detenerse y revisitar lo que ya visto, ha cambiado; con un ritmo particular en la mirada y, en este caso, en el nombrar. Conocido es lo dicho por Lacarrière cuando asegura que conservó de su época infantil la pasión frente al mundo ínfimo y el deseo de convertirse en «el geógrafo de las ramitas o el oceanógrafo de los charcos».

Actitud similar logra reconocerse en el reciente poemario de libro de Vilma Tapia Anaya, donde aproximación y transparencia se encuentran con una sacralidad cotidiana como bien menciona en el prólogo Alba María Paz Soldán o como agrega luego Benjamín Chávez «una labor sin apresuramientos que respeta y agradece los dones concedidos». Posee «Lentitud» mucho de tránsito. De mundos lejanos. De memoranzas. De pronto, un «blanco zaguán», ahora «una mezquita», más tarde una «mañana en Craiova (que) reverbera en una fotografía».

Parajes remitiendo al modo como las nubes «deshilachandose descargan su leve peso sobre la tierra» e invitándonos a recorrer lo prístino en los versos que los componen y, sobre todo, a pensar en restarnos velocidad.

Hijos de la tierra I

El impulso era fiel a la sombra de los árboles
los pasos se alargaban
abierta respiraba la desnudez

— ¿Y dormía, cómo?

Debajo de una enredadera y capullos
eterno abrigo

Sobre el barro
sin adormecerse la diaria herida manaba
sangre
previa al clamor

— ¿Horas y estrellas
traían signos? Pregunto si eran promesa

¿Quizás celada?

Fundantes
tanteando lo extendido
esas manos eran estas
mismas
extrañeza y sagrado polvo que aún habla

«El garabato y la letra»
Autor: Juan Cristóbal Mac Lean

(Plural Editores, 2020)


Publicado a poco de comenzar la pandemia, este libro que, como bien dice su autor, reúne «Páginas de garabatos, páginas de poemas, páginas de ensayos, páginas en blanco», es un paseo desde las primeras tablillas nacidas entre el Éufrates y el Tigris, pasando por los papiros del Nilo, los ideogramas orientales hasta el quipus de los Andes.

El lector, a muy buen ritmo y con indiscutible disfrute, encontrará en el camino poemas, divagaciones, dibujos y referencias a curiosidades memorables. Así, de pronto asomarán los garabatos escondidos en el escritorio de un Kafka oficinista, las intenciones de Artaud por superar la dictadura de la referencia, los dibujos del paceño Jaime Saenz casi por completo desconocidos, la escritura indescifrable de la bonaerense Mirtha Dermisache, el misterioso diccionario utilizado en prisión por César Vallejo, los devaneos de Michaux o las incursiones en el óleo por parte de Clarice Lispector.

Un libro que, si la curiosidad nos acompaña, insta a continuar profundizando en las pistas que su autor nos ofrece sobre los orígenes y los tropiezos a los que nos vemos enfrentados a la hora de pensar la palabra y, sobre todo, al momento de merodear en torno a aquello que se esconde previo incluso a ella.

«De la misma forma el garabato, cruel, es anterior a las letras, las precede y les da origen. Está antes que la palabra se haya formado, es anterior a los vocablos escritos, a las codificaciones y pertenece a ese mismo “impulso psíquico secreto” en que se guarece todo aquello que no responde al lenguaje articulado, no alcanza a expresarlo y late en los sueños, los mitos, o los espacios “sagrados” a los que quiere volver el teatro de la crueldad. (….) Los primeros garabatos se habrán trazado en las paredes de las grutas, o en las primeras arcillas de esos mundos perdidos, o a punto de perderse. O en la arena de las playas. O en la palma de la mano. O en el tronco de un algún árbol.
En todo caso, puede decirse con toda propiedad: en el principio fue el garabato».