Jonathan Guillén Cofré*

Íntimamente. Así es como comienza todo habitar en el espacio. Pues la categoría de íntimo no sólo es fundamental para la vida, también lo es para las artes en general, y más aún junto a la literatura, que nos facilita ciertas características de estructura y distribución del espacio, que ayudan a determinar la vida espiritual de los pueblos. Desde el mundo antiguo, diversos han sido los procesos de representación y su devenir en objeto artístico: contemplación y reflexión son asuntos inacabados que generan constantes aperturas desde la literatura, proponiendo que la excitación de la inmensidad está en manos del escritor, y que no necesariamente debe estar siempre ligada al objeto, la casa o la manera en que se disponen los espacios. Dentro de la red posible de ideas y conceptualizaciones, la contemplación del espacio es una característica fundamental de la expresión artística, pero no necesariamente se establecerán los cimientos de un nuevo orden en las conciencias con algunos matices de espectacularidad. Contemplar y ser contemplado, habitar y habitarse, ocurren las dos experiencias simultáneamente.

El imaginario de la literatura ha escogido en forma recurrente a la ciudad como tema central de sus relatos. Es en la ciudad donde confluyen los discursos dicotómicos del adentro/afuera, civilización/barbarie, nosotros/ellos, territorio/espacio; se puede afirmar que para el escritor existe un marcado concepto estético en la distribución de los espacios y una potente geografía moral, que emplaza un crecimiento desmesurado en virtud de la inmigración y los asentamientos humanos que provienen de las zonas rurales y que se suponían invisibles; pues ahora comienzan a tener una preponderancia social y por tanto se tornan visibles y, más aún, determinantes.

La modernidad y su institucionalidad no han podido dividir el espacio, ni geográfica ni socialmente, por tanto se debilitan al no encontrar una ruptura determinante en la pulsión del día a día. Este espacio (interior) es leído como un territorio intervenido que entrega textura a la ciudad; el escritor lo toma como una nueva categoría estética que traspasa las fronteras en su totalidad. A través de estas construcciones imaginarias de la ciudad y de quienes la habitan, la literatura ha podido captar, como ninguna otra disciplina, el movimiento, las relaciones, la denominación y definición de lo que se podría definir como “habitar”.

La experiencia estética suele germinar desde la arquitectura desigual o el trabajo que incita el movimiento hacia la ciudad, pero también se instala desde la emoción, el recuerdo y la costumbre; se vuelve dolorosa y solitaria en relación a los estados de ánimo de sus habitantes. Las construcciones se leen como declaraciones de reivindicación. La ciudad funciona como categoría ideológica donde las zonas encuentran su conciliación en virtud de quien la habite o la visite, se ajustan a la necesidad de quienes la protagonizan siendo un marco referencial, maestra de la humanidad para los involucrados. La dialéctica del hogar y el espacio resulta sencilla si se desarrolla en base a lo íntimo. En esta comunidad dinámica del hombre y de la casa, en esta rivalidad dinámica de la casa y de la naturaleza, no estamos lejos de toda referencia a las simples formas de la naturaleza.

El espacio habitado trasciende el espacio geométrico. El hogar remodela al hombre y es, a su vez, un instrumento de análisis sociológico que determina los conceptos de intimidad y de espacio. El hogar ya no está dentro de la naturaleza, pero su relación con ella se recupera en la disposición de las estructuras con el gusto estético y el bienestar de los habitantes con su morada. Cuando el lugar es nuevo, el mundo es nuevo.

La inmensidad está en nosotros, adherida a una especie de expansión que se desarrolla en la medida que se disfrutan los espacios íntimos y que continúa en los espacios concretos de una casa o una ciudad o el mundo o el universo. La inmensidad es el movimiento del pensamiento y, por muy paradójico que parezca, a menudo, esta inmensidad interior encuentra su verdadero significado respecto al mundo que se ofrece a nuestra vista, afuera. Dar su espacio poético a un lugar, es continuar la expansión de su intimidad hacia la espacialidad. La imagen toca primero las profundidades antes de conmover la superficie, de este modo, se provoca la grandiosidad y la forma desmesurada de la admiración. Más que en el objeto admirado, lo bello se presenta en la manera de posar la mirada, en otras palabras, en la dignidad del espíritu artístico.

Iquique, pandemia de 2020.

Escritor y Profesor de Lengua Castellana y Comunicación. Ha publicado Urbana Siniestra (2008, 2014) y Abandono (2017). Actualmente es egresado del magíster en Estudios Literarios de la Universidad de Buenos Aires.